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domingo, 10 de octubre de 2021

La Emperatriz Se Volvió A Casar - Capítulo 372

Capítulo 372.



El Vizconde Roteschu caminaba ansioso por un pasillo del palacio imperial.

Sin duda, el Emperador Sovieshu le había preguntado si quería salvar a los 'otros dos'. Rivetti debía ser uno, ya que le habló de su ubicación.

Pero no estaba claro quién era el otro.

El Vizconde Roteschu deseaba que Rivetti y su esposa fueran las 'dos personas' que el Emperador le permitiría salvar.

También deseaba salvar a Alan, incluso si tuviera que dar su vida a cambio, pero Alan ya estaba demasiado enredado en este asunto.

No había nada que pudiera hacer por Alan. Así que al menos quería que Rivetti y su esposa vivieran.

A Roteschu no le importa Ahn ni la princesa.

En cualquier caso, el miedo a la muerte era tan grande y escalofriante que el Vizconde Roteschu acabó en cuclillas en el pasillo al perder fuerza en sus piernas.

"Oh, es curioso que nos hayamos encontrado aquí."

En ese momento, escuchó una voz desagradable sobre su cabeza. Aunque la voz parecía amable, escondía un tono de burla.

Cuando levantó la vista, vio al Marqués Karl mirándole con desdén.

El Vizconde Roteschu tenía poco que ver con el Marqués Farang. 

Sin embargo, sabía que el Marqués Farang era amigo del hermano de la Emperatriz Navier. Rashta y la Emperatriz Navier eran enemigas, el hermano de la Emperatriz Navier atacó al Vizconde Roteschu y éste apoyaba a Rashta desde fuera.

Aunque nunca se habían relacionado realmente, no estaban en los mejores términos.

Por eso, el Vizconde Roteschu se forzó a levantarse y preguntó hoscamente,

"¿Qué quieres?"

El Marqués Farang respondió con una risa entre dientes.

"No es nada importante. Es que todo esto me parece divertido."

"¿Divertido?"

La voz del Vizconde Roteschu se deformó por un momento. Él y su hijo estaban a punto de morir. Le enfureció que dijera 'divertido'.

Cuando el Vizconde Roteschu lo miró ferozmente, el Marqués Farang habló con voz tranquilizadora,

"No te enfades tanto. Fuiste lo suficientemente inteligente como para ayudar a la Emperatriz Rashta a derribar a Navier, así que también superarás este obstáculo."

Sin embargo, por las palabras del Marqués Farang quedaba claro que conocía bien la situación del Vizconde Roteschu, lo que hizo que éste se enfureciera aún más.

"¡Cómo pude haber derribado a Navier! ¡¿Qué hice yo?!"

"No somos cercanos, así que por supuesto no sé exactamente qué hiciste."

"¡!"

"Pero tengo muchas ganas de ver qué harás en el futuro."

Una misteriosa sonrisa apareció en la boca del Marqués Farang.

El Vizconde Roteschu tragó con fuerza. ¿Qué quería decir con eso de que tenía ganas de ver qué iba a hacer?

"¿De qué estás hablando?"


***


"¿No entendiste mi pregunta?"

Heinley dio un paso atrás con vacilación, sosteniendo aún el libro entre sus brazos. Ahora tenía una evidente sonrisa incómoda.

Mientras lo miraba confundida, Heinley retrocedió hasta la puerta con una expresión rígida.

Cualquiera podía darse cuenta que quería huir.

Cuando le pregunté, "¿Qué intentas hacer?" Él respondió con una voz agradable, "¿Por qué lo dices?" e intentó salir corriendo.

"Vuelve aquí. Da cinco pasos hacia delante."

Después de hablar con firmeza, Heinley suspiró.

Sin embargo, se acercó con pasos largos.

No esperaba que diera pasos tan largos. Al cuarto paso ya estaba en la cama y al quinto estaba pegado a mí. Sin duda era encantador, pero al ver que se esforzaba deliberadamente en parecerlo, fruncí el ceño y dije.

"Hacia atrás. Da un paso hacia atrás."

A diferencia de cuando se acercó, esta vez Heinley sólo dio un pequeño paso.

"No estoy bromeando."

Cuando añadí con frialdad, Heinley finalmente retrocedió de forma adecuada y se inclinó en silencio frente a mí.

Todavía sostenía el libro en cuestión entre sus brazos.

"Dámelo."

Cuando extendí la mano, Heinley me dio con vacilación el libro que había estado leyendo sobre mi vientre.

Con el libro en mis manos, eché un vistazo a su contenido.

Lo sabía. Lo imaginé desde el primer momento. Era una novela de guerra. Una novela con muchas descripciones bélicas.

¿Estaba leyendo esto en mi vientre?

Cuando lo miré fijamente cruzada de brazos, Heinley se excusó con una sonrisa tímida.

"Reina... se cree que las cosas que uno le dice al bebé cuando está en el vientre de su madre, influyen en toda su vida."

"¿Así que esperas que nuestro hijo se convierta en un rey de la guerra?"

"Eso estaría bien..."

"Leo cuentos infantiles para no perturbar la mente del bebé. ¿Estabas encendiendo una vela mientras yo dormía?"

"Es que... quiero que nazca un niño valiente."

Mirándome a los ojos, Heinley añadió en voz baja,

"El pajarito que vi en mis sueños era muy travieso... hay que educarlo desde temprano."

¿Qué? ¿Travieso? ¿No está hablando de sí mismo?

"El bebé que vi en mis sueños era un pajarito muy adorable. Era obediente."

"¿En serio? No, eso no es cierto."

"Está bien querer un hijo valiente. Pero tienes que omitir algunas partes si lees una novela de guerra. ¿Por qué leíste esa parte en la que cuando la lanza atravesó su pecho salió mucha sangre?"

"Es que... debe saber exactamente lo que es la guerra. De lo contrario, la gente sólo sufrirá... debe aprender que la guerra de por sí es cruel..."

"¿No crees que es mejor educar a nuestro hijo en estas cosas más adelante? A medida que crezca."

Heinley no parecía estar de acuerdo conmigo, pero yo ya había tomado una decisión.

Señalé la puerta con la punta del libro.

"¿Reina?"

"Vete inmediatamente."

"Reina..."

"¿No quieres educar a nuestro bebé en mi vientre? Esto también es educación. Enseñarle que si uno hace cosas malas, será castigado. Incluso su padre."

Los ojos de Heinley se agrandaron el doble de lo habitual.

***

"Su Majestad luce tan deprimido que parece que la comida le hubiera caído mal." 

McKenna, que estaba trabajando horas extras sentado en los escalones del jardín, cerca de la oficina, con una lámpara de aceite sencilla a su lado, una tabla de madera en su regazo y papeles sobre la misma, dijo con voz alegre cuando Heinley se acercó desanimado,

"¡Es tan reconfortante!"

A pesar de que Heinley lo fulminó con la mirada, McKenna, que tenía los ojos apagados de tanto revisar papeles a altas horas de la noche, se mantuvo firme con cierta somnolencia.

"Aunque me mires de forma aterradora, eso es lo que siento."

"A veces te odio de verdad."

"Yo a menudo odio a Su Majestad."

Heinley suspiró y se sentó junto a McKenna.

"¿Qué pasó?"

"La biografía de guerra que te mencioné antes para la educación prenatal."

"No lo hiciste, ¿cierto?"

"Lo hice. Reina me descubrió mientras lo hacía y me echó del dormitorio."

Cuando McKenna chasqueó la lengua, Heinley murmuró con una mirada de injusticia,

"El bebé debería saberlo. Si uno apuñala a alguien, sale sangre, ¿no?"

"Es un pensamiento peligroso. A este paso, le dirás al bebé que apuñale a alguien con un cuchillo."

"¿Es eso malo?"

"...Ojalá yo también tuviera el poder para echar a Su Majestad de aquí."

Heinley volvió a fulminar con la mirada a McKenna cuando éste no se puso de su lado y le refutó.

"Llevo jugando con espadas desde los cinco años."

"Entonces, ¿recuerdas la vez que huiste después de haber sido golpeado en el trasero por la reina?"

"No lo recuerdo."

"Borras las cosas malas de tu memoria."

"Oye..."

"Te convertiste en pájaro y huiste de casa. El Rey te alcanzó convertido en pájaro, te sujetó por el cuello con su pico y te trajo de vuelta. Los empleados del palacio no sabían que se trataba de Su Alteza Heinley y Su Majestad el Rey, por lo que encontraron divertido que hasta los pájaros fueran educados en la familia real. ¿De verdad no lo recuerdas?"

Cuando Heinley lo miró ferozmente, McKenna sonrió ampliamente,

"¿Ya lo recuerdas?"


Aunque pudiera parecer que estaban peleando, cualquiera podría decir que Heinley no estaba realmente enojado. De hecho, los dos eran muy cercanos.

Heinley también sabía que, aunque Navier le dijo que se fuera, no estaba furiosa.

Él refunfuñaba como si estuviera decepcionado, pero en su interior estaba feliz.

Cuando estaba en el Imperio Oriental, Navier reprimía sus emociones todo lo posible. ¿No había sido honesta consigo misma en ese momento?

Heinley no pudo evitar sonreír al pensar en eso.

Mirando así a Heinley, McKenna murmuró,

"Hmm... pervertido..."

Al darse cuenta de que Heinley se iba a enojar de verdad por esto, McKenna se apresuró a salir corriendo con la lámpara de aceite y los papeles.

***

Gracias a todos los que nos apoyan, 
quien traduce la novela pudo solventar la situación.
traducido en reinowuxia.com