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jueves, 26 de noviembre de 2020

Bajo El Roble - Capítulo 47

Capítulo 47. Restauración Del Castillo Calipse (1) 


Al final, se paró sobre sus temblorosas piernas y se puso la falda interior preparada por los sirvientes. Sin embargo, faltaba un vestido para usar sobre esos. Tocó la campana que siempre estaba al lado de su cama. Un momento después, Rudis entró en la habitación para ayudarla a vestirse. 

"¿Quiere que la peine como ayer?" Rudis preguntó. 

"So-solo con una trenza, por favor". 

Rudis rápidamente ató su cabello en una sola trenza con una cinta en la punta. Con un vestido sencillo y cómodo, Max se sentó junto a la chimenea y comió un tazón de sopa de pollo caliente y un trozo de pan de maíz. Miró por la ventana y vio cómo la lluvia golpeaba contra la ventana, mientras colocaba su mano sobre su estómago agradablemente lleno. Max se resistió a dormirse con el sonido calmante de la naturaleza y llamó a Rodrigo para que continuara su viaje. 

Aunque le dolían las piernas con cada paso que daba y sus pezones seguían adoloridos por las ásperas caricias de anoche, no quería estar en la cama todo el día. 

‘Acabo de llegar al castillo...’ 

Max no quería dar a los sirvientes la impresión de que su nuevo Señora era una mujer perezosa. Caminó hasta la sala de estar del anexo, y finalmente regresó a su habitación después de recibir un libro de contabilidad con los bienes comprados anteriormente. Sin embargo, era difícil distinguir cuáles de las compras listadas eran esenciales o no. 

Para empezar, Maximilian nunca había comprado un artículo antes. Todo lo que sabía sobre la moneda era que Soldem era de oro y Liram de plata. Pero el libro de contabilidad que tenía delante estaba lleno de monedas que nunca había oído. Frustrada, Max empezó a sudar. 

Denar, Derham, Dant. Reconoció que eran monedas del continente austral pero no sabía mucho de su valor. Max escudriñó el libro de contabilidad hojeando los pocos artículos comprados como armas, comida, ropa, aceite, velas, leña y similares. Además de estos artículos, el número de productos comprados y el costo total fue escrito con detalles transparentes. 

Max recordó su poco conocimiento de las sumas y restas cuando aún era una niña para estimar el valor de cada moneda. Desafortunadamente, no había usado su cerebro para la aritmética durante mucho tiempo, y por lo tanto, este descuido sólo hizo que se sintiera más desconcertada. 

Finalmente, Max cerró el libro de cuentas y se acostó boca abajo en la cama con resignación. Se preguntaba si tenía que pedirle ayuda a Rodrigo. Pero pronto recordó las sabias palabras de su padre: un Amo debe mostrar dignidad a sus sirvientes en todo momento. 

│”Cualquier sirviente está obligado a ignorar a un amo que es inconsciente e incompetente”.│ 

Se estremeció al pensar en los indiferentes sirvientes del castillo de Croix. No eran abiertamente groseros, pero podía sentir el desdén por ella en sus miradas. No sabía cuándo los sirvientes del castillo de Calipse podrían cambiar su actitud hacia ella. Nada era permanente, después de todo. 

‘Todavía tengo algo de tiempo’. Max trató de calmarse. 

*** 

Riftan regresó tarde en la noche con sus caballeros, empapado por la fría lluvia. Los sirvientes los llevaron rápidamente a la sala de sauna donde los hombres entraron en calor con el vapor caliente y disfrutaron de una comida con alcohol. Cuando Riftan finalmente regresó a su dormitorio, comenzó a pulir su espada y armadura. 

Max miró sus hábiles manos recorriendo cada centímetro del metal, preguntando por qué no tenía a los sirvientes para cuidarlo. 

"Crecí haciendo esto desde que tenía catorce años, así que el trabajo es insustancial para mí. De todos modos no quiero que nadie más toque mis cosas" respondió encogiéndose de hombros. 

Levantó su espada contra la luz. La frotó hasta el punto de que era de un azul helado, no de una plata característica de algunas de las espadas familiares que había visto; era diferente de las que su padre llevaba en la faja cuando entraba en un banquete. No había patrones sofisticados tallados en el mango, pero la hoja era ancha y larga con un borde tan afilado como un campanario. 

Parecía simple, pero ella pensaba que era más majestuosa que cualquiera de las espadas que su padre poseía, llena de joyas y oro. 

"Esa espada debe ser única en su clase". 

"Fue un premio que gané en una competición de lucha con espada. Es una de las espadas más valiosas de las siete naciones" dijo Riftan, incapaz de ocultar el orgullo que se filtra en su voz. 

Max nunca había estado en una competición de lucha con espadas. Rosetta a menudo iba como espectadora con su padre para mostrar su aprecio a los caballeros que cariñosamente se referían a ella como su querida dama, pero siempre volvía quejándose de lo incivilizado y ruidoso que era el evento para su gusto. 

"¿Ga-ganaste?" 

"Por supuesto" respondío sin dudarlo mientras volvía a poner la espada en su funda. Mirándola fijamente, Max de repente se puso a hablar sin preámbulos. 

"A menudo o-oigo que el ga-ganador recibe un b-beso de la d-dama más r-respetable..." 

Max se sorprendió de sus propias palabras y bajó la mirada inmediatamente. '¿En qué estaba pensando?'Sintiendo la mirada inquietante de Riftan, soltó una excusa. 

"Ha-hace mucho ti-tiempo leí una hi-historia sobre un ca-caballero y una pri-princesa. E-el caballero ganó un co-concurso de equitación... y l-la reina o-ofreció u-un beso y p-pensé que era b-bastante r-romántico..." 

Cuanto más hablaba, más vergüenza sentía. Instantáneamente, al sentir que los recuerdos del pasado cobraban vida, podía oír a su padre gritar sobre su maldito hábito, sin saber cuándo cerrar la boca. 

"Siento decepcionarte, pero no fue nada romántico" respondió Riftan con una voz sensata. Ella esperaba su disgusto, pero sorprendentemente, no hubo ninguno. 

"No quería recibir un beso de una extraña". Sus palabras deberían ser suficiente compromiso, un recuerdo honesto de un pasado del que ella no formaba parte.