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martes, 28 de febrero de 2023

La Emperatriz Se Volvió A Casar - Capítulo 458

La Emperatriz Divorciada - Capítulo 458. Oferta Difícil De Rechazar (1)



Ante la pregunta de Koshar, Mastas juntó las manos y murmuró,

"No... No estoy segura."

Sus ojos se movían de un lado a otro. No podía evitarlo. Nunca había hablado con un hombre tan frágil, inocente y apuesto como Koshar. En realidad, Koshar era la primera persona que conocía que le parecía la personificación de un lirio. Le preocupaba que Koshar pudiera colapsar como antes si se equivocaba con sus palabras.

“L-Lord Koshar.”

"La escucho, Señorita Mastas."

"Sabe... hacía mal tiempo hace unos días."

"Sí."

"Beber leche mezclada con miel es bueno para evitar coger un resfriado."

"¿Es un consejo?"

"Ya que eres frágil— no, no lo digo porque sea malo que seas frágil. Me gusta que Lord Koshar sea frágil. Aguarda, eso no significa que me gustes. Bueno, tampoco me desagradas... Lo que quiero decir es que, con la constitución que tienes, el mal tiempo puede resfriarte fácilmente. Sería bueno que bebieras leche caliente mezclada con miel."

Mastas se dio cuenta de que era difícil relacionarse con un hombre frágil. Le preocupaba que lo que decía pudiera ofenderle. Era difícil elegir las palabras correctas.

Nerviosa, agachó la cabeza, lo que le impidió darse cuenta de que Koshar estaba conteniendo la risa.


"¡No quiero que te enfermes!"

Tras decir esto en voz baja y apresurada, se fue corriendo por el pasillo como una bestia.

Koshar murmuró para sí mismo mientras la veía alejarse.

"Qué linda."

***

"¿Mastas, por qué tienes la cara tan roja? ¿No dijiste que te reunirías con tu hermano?"

"Eh, yo... ¡¿Mi cara?!"

Rose se burló en cuanto entró en el salón. En efecto, su cara, su cuello y sus orejas estaban rojas como un tomate.

Parecía divertido, así que Laura intervino,

"¿El hermano al que fuiste a ver... es tal vez el hermano de otra persona?"

"¡No!"

Mastas respondió con resolución. Luego se dirigió a una esquina, sacó su lanza y la agitó. Lo hizo sin previo aviso, como si quisiera liberar el calor de su cuerpo.

Rose y Laura se miraron entre risas. La Condesa Jubel sacudió la cabeza y murmuró,

"Esa chica no sabe mentir."

"Tuvo que haberse visto con otro hombre, ¿cierto?"

Laura asintió ante la pregunta de Rose.

"Absolutamente. De lo contrario, ¿por qué actuaría así?"

"¡Puedo oírlas, saben!"

Mastas gritó a las tres damas de compañía. Luego guardó la lanza y abandonó el salón.

Las tres damas de compañía estallaron en carcajadas. Yo también disfruté de su charla mientras me apoyaba en la Condesa Jubel. Era agradable estar en un ambiente más alegre y dejar de lado por un rato el problema con el caso del Gran Duque.

Al cabo de un rato, Rose sugirió que comiéramos un pudín. La Condesa Jubel añadió que deberíamos acompañarlo con galletas. Por último, Laura señaló que si íbamos a comer galletas, también sería bueno comer helado. Las damas de compañía llamaron a las sirvientas para que prepararan los postres, mientras yo me fui a mi habitación a poner ropa más cómoda.

Poco después, en la mesa del salón había todo tipo de postres. Ocupamos nuestros asientos y tomamos nuestros tenedores. Pero justo cuando estaba a punto de probar el pudín, fui interrumpida por una voz al otro lado de la puerta,

"Su Majestad, el Emperador Sovieshu está aquí para verla."

Mis damas de compañía se quedaron paralizadas, con los tenedores en el aire. Cuando bajé el tenedor, todas bajaron también sus cubiertos a regañadientes. La Condesa Jubel suspiró. Cuando comenzaron a levantarse una por una, las detuve.

"No se vayan."

"¿Qué?"

Sus ojos se abrieron completamente.

"Quédense aquí."

Repetí, y yo misma abrí la puerta. Afuera, Sovieshu sostenía una canasta. Cuando me aparté un poco, pasó a mi lado y entró en el salón.

"¿Qué te trae por aquí?"

Pregunté con frialdad. Sovieshu miró rápidamente a mis damas de compañía. Frunció el ceño ante Laura y la Condesa Jubel, pero enseguida se dirigió a mí, como si no le importara que mis damas de compañía estuvieran presentes. Con la mirada puesta en mí, me extendió la canasta.

"Es un regalo."

"No lo quiero."

Ante mi rechazo cortante, puso la canasta sobre la mesa y se paró frente a mí en la puerta.

"Ábrela más tarde."

"La tiraré a la basura."

La Condesa Jubel y Laura tosieron, mirándome con miedo. No sabían que el actual Sovieshu era el de diecinueve años.

Sovieshu sonrió amargamente,

"Por más que me alejes, no puedo hacer otra cosa que aferrarme a ti."

Ahora era mi turno de sorprenderme. Pensaba que no se mostraría pegajoso delante de mis damas de compañía, para preservar su orgullo. Por eso les había pedido que se quedaran. No esperaba que actuara así delante de ellas...

"Para mí, eres mi otra mitad. Por más que me rechaces, no puedo hacer otra cosa que insistir, Navier. Te necesito como el aire para respirar."

Sovieshu me miró fijamente, en sus ojos se reflejaba el deseo de decirme muchas cosas. Sus labios temblaron al bajar la mirada. Pero, como si no pudiera desperdiciar la ocasión, volvió a levantar la cabeza.

Nuestros ojos se encontraron. Sentí que memorizaba cada detalle de mi rostro. La frente, los ojos, la nariz, el surco nasolabial, los labios, la barbilla, las mejillas, las orejas y de vuelta a los ojos. Su mirada recorría mi rostro lentamente.

"Te amo, Navier."

"Yo no."

"Eso no cambia que te amo. Aunque digas que nunca volverás conmigo, que no me amas, o incluso que me odias, no puedo negar lo que siento. Pasé toda mi vida pensando en ti como mi esposa. ¿Cómo puedo borrar nuestros días juntos?"

"Tal vez cuando pase más tiempo del que me consideraste tu esposa, finalmente pienses en mí como una extraña."

"¿Es eso posible? Te anhelaría aún más."

"Ve a buscar a esa angelical mujer de cabello plateado. Entonces será posible."

"Cabello plateado."

Murmuró con amargura, como si le hubieran hablado del aspecto de Rashta. Pero aunque le hubieran hablado de su aspecto, parecía que no lo recordaba. Luego volvió a mirarme.

"He oído que el Comandante de la 4ª División de los Caballeros Transnacionales vino a verte. Puede que en realidad haya venido por el puerto. Tengo intención de volver, aunque aún no han pasado dos semanas."

"Adiós."

Hablé en un tono duro. Sovieshu asintió con tristeza y susurró,

"Adiós. Te escribiré."

Finalmente salió. Cuando cerré la puerta, volví a mi asiento. Todas mis damas de compañía se inclinaron hacia delante y me bombardearon con preguntas.

"¿Ha dicho que se va?"

"¿Qué fue todo eso?"

"¿Te ha pedido que vuelvas con él?"

"¿Él está aferrado a Su Majestad?"

"Por supuesto que no."

Respondí bruscamente y llevé la canasta a mi habitación. Cuando quité la tela, la canasta estaba llena de cartas. ¿En qué momento escribió todas éstas?

Era absurdo. Levanté la canasta y me dispuse a devolverla, pero entonces vislumbré una carta sin sobre. Cuando volví a dejarla sobre la cama y tomé la carta, vi una letra que me resultaba familiar.

— Esta es la única carta escrita por mí, el resto son cartas de turistas del Imperio Oriental: mercenarios, hombres de negocios y otros que conocí mientras recorría la capital. Todas son de personas que te aprecian. Léelas de una en una, cada vez que te sientas triste.