"¿En qué piensas, Reina?"
El sol se estaba poniendo.
Mientras miraba el cielo rojizo sentada en una silla confortable en el jardín, oí un susurro a mi lado.
Cuando volteé la cabeza, Heinley me miraba cálidamente con una mano en el respaldo de la silla.
Sus ojos púrpuras se mezclaban con el rojo de la puesta del sol, creando una atmósfera más misteriosa de lo habitual.
"No tienes buena cara. Puede que... todavía estés molesta por la biografía de guerra..."
Sonreí y extendí la mano para acariciar su mejilla.
Heinley se inclinó un poco y frotó su mejilla contra mi mano, besó ligeramente mi palma y dijo con preocupación.
"Pero Reina, no pareces muy feliz."
"¿No te alegra?"
"Más que alegría, es una mezcla de placer y curiosidad."
Era como si hubiera sido testigo del final del amor del que hablaba Sovieshu. De cómo cambiaba una persona cuando el amor se acababa.
Sin embargo, saber que Sovieshu se estaba distanciando de Rashta, que una vez inculpó a mi hermano por Rashta y que sólo la escuchaba a ella sin tomarme en cuenta... me hacía sentir extraña.
Me preguntaba si Heinley podría dejarme por un amor así.
Además, nuestro amor no tenía por qué terminar como el de Sovieshu, podía ser como el de mis padres.
Tras sacudir la cabeza, tiré de Heinley por el cuello y lo besé en la boca.
"Reina. ¿Esto no sería malo para la educación prenatal? El pajarito lo oiría."
"Pero no creo que pueda detenerme."
"Está bien. El bebé está dormido ahora mismo."
"¡!"
***
El Vizconde Isqua arañaba el frío suelo de piedra con los dedos, mientras la Vizcondesa Isqua tiraba repetidamente de su cabello.
Ambos tenían los ojos hundidos y la tez pálida, hasta el punto de que parecían la misma persona en vez de un matrimonio.
Ni siquiera les dolió lo que había dicho el guardia. Para ellos, la verdad del Vizconde Roteschu era más dolorosa que la burla del guardia. Aunque tenían ciertas dudas.
"¿Será cierto?"
Después de mucho tiempo, la Vizcondesa Isqua preguntó con dificultad.
"Yo tampoco lo sé. De entre todas las personas, quien lo dijo fue el Vizconde Roteschu."
"Pero nunca hemos tenido contacto directo con el Vizconde Roteschu. ¿Por qué nos mentiría en esta situación?"
"Eso es cierto."
La Vizcondesa Isqua suspiró, discutir este tema resultaba muy doloroso. El Vizconde Isqua también dejó escapar un profundo suspiro y se cubrió la cabeza con ambas manos.
"Sí, su cabello es del mismo color que el tuyo, y sus ojos son del mismo color que los míos."
"No es una chica tan mala. Parecía mala porque estábamos del lado de Rashta, pero eso era por las circunstancias."
"Así es. Por el contrario, es una chica muy inteligente y trabajadora..."
Cuanto más hablaban, más parecían darse cuenta de las virtudes de Evely, por lo que no entendían cómo habían visto con tan malos ojos a la chica.
Cuando la veían como la enemiga de su hija falsa, todas sus acciones les parecían astutas y arrogantes. El prejuicio que los cegaba ahora había desaparecido.
"¿No deberíamos hablar con ella primero?"
"Nosotros—"
"¿Crees que eso le gustará?"
"Pero no podemos dejar la relación como está."
Pronto saldrían de prisión. Si Evely realmente era su hija, tenían que arreglar la relación de alguna manera.
Justo entonces, se oyeron los pasos de alguien bajando por las escaleras de la prisión.
Las escaleras de piedra tenían un diseño que hacía que los pasos resonaran sin importar quién bajara, así que la pareja dejó de hablar para ver de quién se trataba.
Si el guardia volvía a bajar, pensaban darle dinero para que trajera a Evely. Sin embargo, inesperadamente fue la propia Evely quien apareció.
Los Vizcondes Isqua miraban sorprendidos a Evely, mientras ésta miraba indiferentemente a la pareja desde fuera de los barrotes. Sus miradas se entrelazaron vertiginosamente.
"Señorita Evely, ¿a qué ha venido?"
Preguntó la vizcondesa Isqua con una sonrisa forzada, la frialdad de su hija le había destrozado el corazón. Quería tocarla, quería saber por todo lo que había pasado.
Sin embargo, a pesar de que trató de mostrarse tranquila, su voz ya estaba temblando.
"Pareces asustada."
Murmuró Evely, mirando a la Vizcondesa Isqua como una piedra. Su tono era seco y su mirada afilada, lo que sentía en su interior era un desprecio absoluto.
Al percibir esto, los Vizcondes Isqua se entristecieron.
El Vizconde Isqua esta vez llamó cuidadosamente a Evely, pero ella preguntó con más frialdad.
"¿Hoy no me trataran como una vulgar plebeya?"
La pareja se sobresaltó al recordar todo lo que habían dicho a Evely. Sus palabras se convirtieron en puñales que se clavaron en el pecho.