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sábado, 11 de marzo de 2023

La Emperatriz Se Volvió A Casar - Capítulo 462

La Emperatriz Divorciada - Capítulo 462. Crecimiento (1)


Mientras uno se marcha, otro llega.
 
Dos días después de que Heinley partiera por lo que llamó un 'asunto urgente', llegó un mensaje del subordinado del Vizconde Langdel: Rivetti ha sido traído a la capital. En cuanto recibí la noticia a través del Vizconde, las damas de compañía y yo salimos al jardín. Queríamos recibir a Rivetti nosotras mismas.

Después de esperar un rato, finalmente vimos un carruaje entrar por la puerta principal. Avanzaba a paso de tortuga. Las damas de compañía, que bostezaban de aburrimiento, bajaron las manos al ver el carruaje. El carruaje se detuvo a poca distancia de nosotras. En cuanto lo hizo, sonó la puerta del carruaje. Luego se abrió de golpe y Rivetti salió de un salto.

"¡Su Majestad!"

Rivetti echó un rápido vistazo a su alrededor y corrió hacia mí.

El Vizconde Langdel se estremeció ante su falta de modales y se preguntó si debía detenerla o no. Antes de que pudiera hacerlo, me adelanté y recibí el abrazo de Rivetti.

"¡Rivetti!"

El Vizconde dio un paso atrás. En cuanto la abracé, Rivetti rompió a llorar.


"Su Majestad, la he extrañado. Le he echado mucho de menos."

Cuando le toqué la espalda y sentí lo flaca que se había puesto, imaginé cuánto dolor debió haber sufrido. La acaricié unas cuantas veces más, mientras sus palabras se entrecortaban en sollozos. Esperé a que liberara sus emociones. Finalmente, cuando sus lágrimas empezaron a disminuir, envolví mi brazo alrededor de sus hombros y la conduje al interior del palacio.

"Vamos dentro, Rivetti."

***

Rivetti siguió sollozando, incluso después de que entráramos.

"Rose, trae chocolate caliente, por favor."

Rose no tardó en volver con una tasa llena de chocolate caliente. La agarré para dársela a Rivetti.

Después de unos sorbos, Rivetti se calmó un poco y tuvo un ataque de hipo.

"Lo siento. No quería llorar. De camino aquí, no dejaba de pensar, 'No voy a llorar. No voy a...'"

"No pasa nada."

Fue todo lo que dije para tranquilizarla. Su cara se retorció, como si fuera a volver a llorar. Pero contuvo las lágrimas y bebió el chocolate caliente. Me preocupaba que llorara más si le preguntaba cómo había estado, así que me limité a sentarme a su lado y acariciarle la espalda. Al cabo de un rato, me aclaré la garganta.

"Rivetti. ¿Te gustaría quedarte en el Imperio Occidental?"

Rivetti había estado sollozando en silencio. Sus ojos se abrieron abruptamente ante mi sugerencia.

"¿Perdón?"

"Si quieres, puedes quedarte aquí conmigo."

Tomé sus manos, las puse sobre mis rodillas y las apreté. Sus ojos se humedecieron como si fuera a romper a llorar,

"Su Majestad..."

"¿Qué te parece?"

Se lo volví a preguntar con cuidado. Era una oferta sincera que había tenido en mente de antemano. A Rivetti se le llenaron los ojos de lágrimas.

"Estoy muy agradecida, pero... descuide. He venido porque quería verle, Su Majestad. Pero no puedo quedarme."

Laura, que nos escuchaba, se quedó boquiabierta,

"¿Por qué? ¡Ven a quedarte conmigo! Deja a un lado tus malos recuerdos. Quédate aquí a divertirte conmigo."

Sin embargo, Rivetti sacudió la cabeza con tristeza.

"Yo también quisiera eso, pero... no puedo. Mi padre me dejó el territorio. Me convertí en su sucesora. Puede que sea pequeño, pero debo guiar a las personas de allí. Además... Mi madre también está allí."

Eso era difícil de discutir, así que Laura no insistió más. Bajó los hombros. Yo tampoco le insistí. Sólo sorbí mi té sin decir una palabra.

A pesar de sus razones para quedarse en casa, Rivetti se había quedado en un pueblo cercano, en vez de volver al territorio de su padre. Dicho esto, debía de tener otros planes. Pero eso no era importante por ahora.

"Haz lo que desees, Rivetti."

Con las manos alrededor de la taza aún caliente, Rivetti respondió en voz baja,

"Sí, Su Majestad."

Después de charlar un poco más, Laura llevó a Rivetti a la habitación que habíamos preparado para ella. Las demás damas de compañía volvieron a sus habitaciones una a una, pero la Condesa Jubel fue la última en marcharse. Chasqueó la lengua.

"Una chica brillante, ya se ve tan sombría. Aún así, es admirable. Debe tener muchas preocupaciones en su interior."

Una vez que la Condesa se marchó, me senté en mi sillón y tarareé una canción de cuna para el bienestar prenatal. Pero no podía concentrarme en ello, porque no dejaba de pensar en lo increíble que era Rivetti. Yo también había sufrido varios acontecimientos dolorosos, pero no se podía comparar con Rivetti. Ella había perdido a dos miembros de su familia de forma totalmente abrupta.

De repente sentí curiosidad. ¿Sovieshu sentía lo mismo? Para mí, el Sovieshu sin sus recuerdos continuaba siendo Sovieshu. Así que cuando se me acercaba descaradamente, me enojaba.

Pero pensándolo ahora, Sovieshu se había despertado y se había encontrado en una situación similar de la noche a la mañana. Su padre, su madre y su esposa habían desaparecido repentinamente. Del mismo modo que Rivetti, que había perdido a su padre y a su hermano de repente...

Pensarlo de esa manera me hizo sentir incómoda.

***

Al día siguiente, me quedé mirando al cielo, preguntándome si Heinley se habría hecho daño mientras recuperaba las piedras de maná. ¿Iban bien las cosas? ¿O estaba disgustado y solo en alguna parte?

Perdida en mis pensamientos, divisé a lo lejos un pájaro dorado que me resultaba familiar y que se dirigía hacia mí. Sorprendida, abrí la ventana. El precioso pájaro entró volando y dio una vuelta alrededor de la habitación.

"¡Reina!"

Era Heinley. Cuando lo llamé por su nombre, volvió a transformarse en humano con los brazos abiertos. Me abrazó.

"¿Cómo has estado?"

Debería decirle que he estado bien, pero antes me surgieron preguntas.

"¿Qué hay de tu misión? ¿Salió bien?"

"Sí, recuperé otra. Aunque quedan muchas más."

"¿Fue peligroso?"

Antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta. Una voz desde fuera de la puerta dijo,

"Su Majestad, la Señorita Rivetti está aquí."

Heinley se apresuró a entrar en el dormitorio matrimonial, ya que no llevaba ropa. Yo entré en el salón. Rivetti estaba allí de pie con una expresión decidida. A diferencia de ayer, cuando apenas podía apenas podía hablar entre sollozos. Se había vuelto firme y tranquila en apenas un día.

"Su Majestad, ¿puedo... pedirle un favor? En realidad, ¿dos favores?"

"Adelante."

Le pedí que se sentara y le pregunté qué pasaba.

"¡Su Majestad! Me gustaría aprender a gobernar un territorio."

"Es mucha responsabilidad..."

"Sí. Nunca me han enseñado nada."

"Está bien. Haré todo lo posible para ayudarte."

Rivetti se levantó de un salto, me dio las gracias y se inclinó. Le hice un gesto para que se sentara. Aunque se sentó enseguida, empezó a llorar otra vez.

"¿Tenías otro favor que pedirme?"

"Sí."

"¿De qué se trata?"

"Me había imaginado que me pediría ayuda para gobernar su territorio, pero era difícil adivinar cuál podría ser su segunda petición."

Rivetti dudó un momento y estudió mi expresión. Después de un momento, preguntó con cautela,

"¿Me... ayudaría a encontrar a Ahn?"

"¿Ahn?"

"El hijo de mi hermano..."