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viernes, 10 de abril de 2020

La Emperatriz Se Volvió A Casar - Capítulo 92

Capítulo 92. El Rey De Occidente (1)




"¡Es muy peligroso si estás hablando en serio! ¡Podrías ser condenado a muerte si dañas al Emperador!"

"Entonces solo mataré a la mujer."

"Los rencores personales también son un delito grave."

Apunté mi mano en dirección al estómago de mi hermano.

"Y el bebé de Rashta es el bebé del Emperador."

"¿Un bastardo?"

"El hijo de una concubina. El Emperador lo está esperando con mucha ilusión."

Mi hermano me miró con una expresión que decía '¿Qué tiene que ver eso con todo esto?'

Mi cabeza se sentía pesada. Si se tratara de cualquier otra persona, podría inventar excusas y decir que las palabras fueron pronunciadas por el impulso de los sentimientos en el momento. Pero no podía decir eso de mi hermano. Era un hombre cuyas acciones seguían a sus palabras. No, era un hombre que actuaba de acuerdo a sus pasiones.

"Muy bien, Navier. Entonces no permitiré que esa mujer dé a luz al bebé."

"Si tocas al bebé, te enfrentarás a un castigo incluso peor."

Era un gran pecado cometer un asesinato dentro del palacio imperial, pero uno aún más grande, causarle daño al linaje del Emperador. El Vizconde Langdel casi fue ejecutado, no por apuñalar a Rashta, sino por amenazar la vida dentro de su vientre. Incluso, aunque la ley no trataba a los niños de una concubina como príncipes o princesas, tampoco eran tratados como aristócratas ordinarios.

"Hermano. Incluso si matas a la Señorita Rashta como dices que harás, ¿no crees que el Emperador tomará otra concubina?"

Pero a pesar de mis intentos de calmar a mi hermano, su temperamento no mejoraba. Se movía por la habitación con sus manos alrededor de su cabeza, mientras yo husmeaba las bolsas de compras y saqué uno de los regalos.

Era un sombrero. Me lo puse, esperando que lo hiciese sentir mejor. Luego de acomodar mi cabello se lo mostré, pero mi hermano estaba más enojado de lo que cualquier sombrero podría calmarlo.

Se detuvo en mi escritorio y observó mi calendario.

"¿Un banquete?"

Mi agenda diaria estaba marcada en el calendario, incluyendo el banquete para el bebé de Rashta.

"Hermano."

Me apresuré a tomar el calendario, pero él fue más rápido. Ya lo había visto, y se volteó hacia mí atónito.

"¿Por qué tienes que organizar la fiesta para ellos?"

"No es solamente esa. Soy responsable de todas las fiestas del palacio."

Mi hermano permaneció con la boca firmemente cerrada mientras tenía su mirada fija en mí. No obstante, sus siguientes palabras no fueron acerca del banquete.

"El sombrero te queda bien."

Su cumplido inesperado me tomó por sorpresa, pero antes de que pudiese responder, se dio la vuelta y se fue. Lo observé ansiosamente, después, me quité el sombrero y lo dejé encima del sillón.

Me mantuve de pie, como congelada, hasta que oí el sonido de un pájaro graznando cerca de la ventana. Mi mente me advirtió que podía ser un intruso, pero abrí la ventana de todas maneras y saqué la cabeza. Era difícil saber de dónde venía el sonido del pájaro.

El grito del pájaro me recordaba a Reina. Una sensación de intranquilidad me invadió. Tenía miedo de que algo le hubiese pasado al Príncipe Heinley y a Reina. No creía que ya hubieran llegado al Reino Occidental.

¿Llegarían allá a salvo...?

***

El séquito del Príncipe Heinley pasaba a través de las montañas Borayong. Sin embargo, a pesar de las expectativas de Navier, el propio Príncipe y McKenna ya habían llegado al Reino Occidental.

El Príncipe Heinley estaba en la habitación del rey. La cama en sí era un esplendor de tonos beige y dorados, con la cabecera decorada con detalles de oro fino. Sin embargo, el hombre recostado en la cama, estaba en un estado menos majestuoso, tenía los ojos inyectados de sangre y un rostro pálido.

El Príncipe tomó la mano del Rey Wharton III, su hermano y rey de Occidente. Con cada respiración agitada del rey, el corazón de Heinley se hundía más. A Wharton III le había llevado un tiempo reconocer a su hermano menor, y cuando habló, lo hizo con un aliento áspero.

"Heinley..."

"Sí".

"Heinley..."

"Sí. Estoy aquí. Estoy a tu lado, hermano."

El Príncipe Heinley apretó la mano del Rey Wharton III.

"Heinley... cásate."

El Príncipe hizo una mueca. Incluso antes de que su hermano se enfermara, siempre lo molestaba con el hecho de conseguir una esposa. Sin embargo, no podía responderle fríamente a su enfermo hermano mayor.

Sin decir nada, Heinley se mantuvo aferrado a la mano de Wharton III, y el rey le devolvió una mirada débil. Una sonrisa apareció en el rostro del hombre, como si notara la expresión infeliz de su hermano.

"No estoy bromeando. Debes casarte, Heinley."

"...entiendo."

"Si muero... serás rey. Necesitas un sucesor."

"..."

"Que el rey... reciba una reina... no es una elección... sino una responsabilidad."

Heinley exhaló con pesadez.

"Aún sigues haciendo esto difícil."

"El país se merece una buena mujer... no una mujer que sea encantadora solamente con uno... sino una reina que ame al pueblo."

Un rostro vino a la mente del Príncipe Heinley. Una reina que era encantadora con él y también capaz de amar a su pueblo. Pero esa mujer ya tenía un hombre a su lado...

Su corazón palpitó.

"¿Qué pasa si hay una mujer que tiene ambas cualidades?"

"Pues bien. No la dejes ir."

Wharton III sonrió no como rey, sino como hermano.

"Si te casas con ella, deja de ser un mujeriego."

Heinley había pretendido ser un mujeriego para crear una imagen despreocupada de sí mismo, pero se arrepintió ahora que tenía una mujer que le gustaba. Su boca se inclinó hacia arriba con una sonrisa.

"Por supuesto."

"Sí... estoy seguro que te irá muy bien... con el país."

Heinley suspiró y le dio unas palmadas a su hermano en la parte trasera de su mano.

"¿Hay algo más que necesites decirme? Nada difícil, quiero decir."

Aunque nunca habían sido hermanos cercanos, el corazón de Heinley estaba cargado de tristeza y arrepentimiento. Wharton III parpadeó lentamente, y después se volteó a mirar sin expresión al dosel de la cama. Heinley mostró una pequeña sonrisa.

"No debes tener nada más que decir."

Wharton III sonrió junto a Heinley y habló en voz baja.

"Cuida de tu cuñada."

"Sí."

"No dejes que otros nobles la ignoren..."

"Lo entiendo."

"No importa lo que digan, protégela..."

Los labios temblorosos de Wharton III se cerraron, como si el simple hecho de hablar requiriera un esfuerzo masivo. Respiró unas cuantas veces con fuerza lentamente. Ahora lo hacía incluso más despacio. Su agarre a la mano de Heinley se aflojó gradualmente, y el príncipe bajó lentamente la extremidad de su hermano. El pecho del rey, el cual había estado subiendo y bajando, ya no se movía.

"..."

Heinley cerró sus ojos y juntó sus manos. A través de sus mejillas caían lágrimas, el doctor se puso de pie para tomarle el pulso al rey, y luego habló con una voz sombría.

"... El Rey ha fallecido."

Aquellos que silenciosamente estaban de pie cerca de la pared, se adelantaron y se arrodillaron ante el nuevo rey. Heinley abrió sus ojos lentamente y los observó a través de su visión borrosa.