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viernes, 16 de abril de 2021

Padre, No Quiero Casarme - Capítulo 35

Capítulo 35. Un Regalo Para Mi Padre


"¿Piensa mantenerlo en el palacio durante mucho más tiempo, Su Majestad?", preguntó el primer ministro.

El Emperador frunció el ceño. "¿No es evidente? No hay nadie más tan capacitado para el trabajo". Su voz feroz revelaba un resentimiento subyacente hacia el Duque Floyen.

El primer ministro suspiró. "Por supuesto, Su Majestad. La presencia del Duque asustará de antemano a los bribones y arruinará sus esfuerzos, pero..." 

'Estás menospreciando su reputación de héroe nacional', pensó para sí mismo, y luego continuó hablando a hablar. "Si sigues manteniéndolo en el palacio, el resentimiento del pueblo no hará más que aumentar. Creo que es más importante idear un plan para identificar al autor intelectual de los asesinatos, que ordenar que el Duque se quede." 

El Emperador miró al primer ministro, disgustado por su inoportuno consejo. "Tomaré la decisión correcta. No tienes que preocuparte tanto", dijo tercamente.

"Pero..." El primer ministro trató de exponer su punto de vista de nuevo, pero el Emperador lo interrumpió. 

"Puede marcharse, Duque Elios."

El primer ministro suspiró. "El Duque Floyen tenía una gran reputación en el pasado, pero su prestigio actual es aún mayor. Si quieres mantenerlo al margen, debes traer a Su Alteza el Príncipe Heredero de vuelta a la capital. Por favor, use su buen juicio". Con estas palabras de despedida, se inclinó y se marchó. 

'Cómo se atreve a aconsejarme sin saber nada...' El rostro del Emperador se torció mientras miraba el anillo que llevaba en el dedo medio. Se trataba del ojo de Kirke, un símbolo de la soberanía imperial creado por un archimago que se convirtió en el primer Emperador. Una sonrisa apareció lentamente en su rostro. 

'Mientras tenga esto, no podrá desobedecerme'. 

***

En algún lugar cerca del Palacio Central, Regis estaba sentado en la rama de un árbol con los ojos cerrados. No se movió ni siquiera cuando una pequeña ave cansada se posó en su hombro, hasta finalmente quedarse dormido. El ambiente era tan tranquilo que parecía que Regis se estaba tomando un descanso en lugar de vigilar el palacio.

'Hay alguien cerca'. Abrió los ojos mientras el viento agitaba su cabello y observó a la persona que se acercaba al Palacio Central. Cuando vio de quién se trataba, se relajó y dejó escapar un bostezo.  'Es Roy. Bueno, ahora debería bajar'. 

"Ve", ordenó Regis al ave en su hombro. Cuando se despertó, el ave piropeó y se aferró a él en señal de resistencia. "A mi hija no le gustan los animales pequeños", dijo con firmeza. El ave miró a Regis con ojos de pena antes de desplegar las alas y salir volando. 

Cuando el Duque bajó del árbol de un salto, Roy retrocedió asombrado. "Así que estabas aquí."

"¿A que vienes?"

"Oh, acabo de recibir algunas noticias de la mansión..."

"Continúa."

Roy suspiró cuando su jefe lo interrumpió impacientemente antes de que terminara de hablar. "Sí. Se trata de la Dama Floyen..."

"¿Qué? ¿Le pasó algo a Jubelian?" Aunque su jefe no era una persona habladora, volvió a interrumpir a Roy. 

"No, parece que está... ansiosa por la ausencia de Su Excelencia..." 

Los ojos azules de Regis brillaron al escuchar la noticia. '¿Jubell me está buscando?' Las comisuras de sus labios se levantaron ligeramente.

'¿Su Alteza está sonriendo...?' Roy se sorprendió por un momento, pero continuó informando de las noticias desde la mansión. "La Dama Floyen también se siente mal. Parece que está muy ansiosa porque no ha salido de su habitación desde que usted dejó la mansión". En cuanto terminó de hablar, la sonrisa del Duque desapareció de su rostro.

"Ya veo. Es hora de que dejemos esto después de todo". Contempló la ventana que conducía al despacho del Emperador. 

***

Miré el sofá de tres puestos que se había convertido en la cama del discípulo de mi padre. 

'Realmente se ha sentido como en casa', observé. Ya habían pasado cuatro días desde que lo dejé quedarse. Por suerte, mi amplia habitación contaba con un baño conectado, así que no resultaba un alojamiento incómodo. Sólo tenía que tener cuidado cuando las sirvientas venían ocasionalmente a limpiar mi habitación o a comprobar si estaba bien. Aun así, la convivencia en secreto no fue un camino llenos de rosas.

'Seguramente no sabe que el sofá en el que está cómodamente acostado era originalmente mi lugar de descanso', me quejé para mis adentros. Su presencia no sólo disminuía enormemente mi espacio personal, sino que también dificultaba diferenciar nuestros límites. 

"¿Qué pasa?", preguntó el hombre con una mirada expectante. Debió de darse cuenta de que había estado suspirando silenciosamente, así que estaba sondeando la causa de mi descontento. 

"Oh, sólo... te ves cómodo. Eso es todo", murmuré.