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miércoles, 24 de febrero de 2021

Bajo El Roble - Capítulo 86

Capítulo 86. Esforzándose al máximo (1)


"Muchas gracias". Max repitió, y tan pronto como esas palabras escaparon de sus labios, Riftan, que había estado mirándola, bajó la cabeza y la besó.

La repentina acción de Riftan tomó a Max por sorpresa y ella instintivamente dio un paso atrás. Riftan, por su parte, actuó como si no hubiera pasado nada y comenzó a dirigirse despreocupadamente a los comerciantes que los rodeaban, como si no acabara de besar a su mujer delante del grupo.

"Mi mujer parece feliz. Le daré un 50% adicional como muestra de gratitud. Pensaba que tardarías uno o dos días más en entregarla, pero ha llegado antes de lo esperado. Por lo tanto, también les agradezco que se hayan dado prisa" dijo Riftan a los comerciantes, y éstos parecieron no creer en su generosidad.

"¡Oh, cielos! No es gran cosa, Señor. Es lo que nos pidió, Señor, por supuesto que teníamos que atender su petición lo antes posible, ¡es natural que complazcamos a nuestros clientes!" le dijo uno de los comerciantes a Riftan.

Max escuchó su pequeño intercambio mientras escondía su cara roja detrás del cuello del caballo.

Se sentía avergonzada por la forma en que Riftan expresaba despreocupadamente su afecto hacia ella delante de tanta gente. Max miró a su alrededor con ansiedad para ver si alguien podía haber visto su repentina muestra de afecto, por suerte parecía que a nadie le había importado el gesto mientras los sirvientes continuaban con sus tareas.

Al cabo de un rato, Riftan terminó por fin su conversación con los mercaderes y éstos se dieron la vuelta para marcharse. Justo cuando empezaban a recoger y a marcharse, Riftan se acercó a Max, le pasó uno de sus brazos por encima y la abrazó.

"Vamos a la habitación, para que puedas ver mejor las cosas que te he comprado. Puede que encuentres algo que te guste". Le dijo Riftan con una suave sonrisa.

"¿Ha-hay más?" preguntó Max sorprendida y Riftan asintió antes de responder.

"Todas las cajas que llevan los sirvientes ahora son tus regalos". Riftan señaló entonces la pila de cajas que aún estaban en el carro.

Al verlo, Max se quedó con la boca abierta. Calculó que había más o menos suficientes cajas para llenar una de las habitaciones de invitados del castillo.

"Les dije que las llevaran a la habitación. Así que entremos ahora". Riftan susurró al oído de Max mientras entregaba el cabestro a un sirviente cercano y luego guiaba a Max hacia el Gran Salón del castillo.

Max permitió que la condujera al interior. Mientras caminaban, Max no podía evitar sentirse como si estuviera caminando sobre las nubes. No podía creer que se sintiera tan deprimida y ansiosa hace un rato, era como si esas preocupaciones se desvanecieran por la llegada de Riftan.

"Por cierto, a c-causa de la r-reparación de la puerta, ¿no estás o-ocupado?" preguntó Max tímidamente y Riftan negó con la cabeza.

"Ya he delegado la tarea a varias personas y les he dejado instrucciones sobre todo lo que hay que hacer. Los caballeros han decidido turnarse para vigilar la puerta hasta que esté terminada, así que no habrá intrusos que entren en el recinto y causen disturbios aunque yo no haga guardia". Le dijo Riftan y Max se mordió la lengua para no responder.

La verdad era que Max no le preguntaba a Riftan porque estuviera preocupada por la seguridad del castillo, más bien quería manifestar su preocupación de que como Riftan solo tenía un poco de tiempo libre, podría estar molestándolo en medio de su apretada agenda. Sin embargo, Max decidió no corregir su comprensión de su pregunta. Los dos siguieron subiendo en cómodo silencio hasta que llegaron al pasillo recién estructurado en el que ella había estado trabajando.

La luz del sol entraba a raudales por las ventanas y rociaba con hermosos rayos dorados la alfombra roja. Riftan, de repente, giró la cabeza para mirarla.

"Ahora que lo pienso, no te he felicitado debidamente porque el castillo ha quedado muy bonito desde que lo redecoraste. El mayordomo dijo que te costó mucho hacerlo así de bonito".

Debido al repentino elogio de Riftan, Max se encontró sonrojada ante él.

"¿Te gusta?" Le preguntó mansamente.

"Me gusta. Me sorprendió cuando bajé las escaleras por la mañana. Por un momento pensé que me había mudado a otro castillo durante la noche". Riftan le contestó de forma ligeramente burlona y Max respiró aliviado.

"A-ayer n-no dijiste n-nada... Estaba p-preocupada". Max confesó al recordar lo preocupada que estaba el día anterior. De repente, los ojos de Riftan se estrecharon hacia ella.

"Ayer no podía decirte precisamente ‘Por cierto, el castillo ha quedado muy bonito, has hecho un gran trabajo’ en medio de mi enfado. En primer lugar, lo que me llamó la atención fue ver a mi mujer en ese lío. ¿Crees que habría visto el estado del castillo en ese momento? Aunque hubieras recubierto en oro todo el castillo, no me habría dado cuenta de nada, no en ese momento". Explicó Riftan con las cejas profundamente fruncidas y Max bajó la mirada, preguntándose qué hacer ahora que él la miraba con sus ojos fríos como si estuviera indignado solo de pensarlo.

Como si sintiera que ella se había deprimido por su respuesta, Riftan dejó escapar un pequeño suspiro y acarició la cabeza de Max para tranquilizarla.

"No quiero seguir enfadado, así que no saques el tema. Vamos a ver tus regalos ahora". Riftan le dijo suavemente con una sonrisa y Max asintió con la cabeza en señal de comprensión mientras se ponían en marcha de nuevo.

Una vez que los dos entraron, Max vio a los sirvientes limpiando la montaña de cajas y ordenándolas en la esquina de la habitación.

Rudis estaba de guardia en la esquina y supervisaba a los sirvientes cuidadosamente. No les quitaba los ojos de encima y se aseguraba de que no se les cayeran las cajas, al tiempo que les lanzaba constantes recordatorios para que tuvieran cuidado con ellas.

Finalmente, una de las criadas vio a Max y a Riftan y se apresuró a inclinar la cabeza al verlos. El resto de los sirvientes siguieron su ejemplo y los saludaron. Después de intercambiar cumplidos, Riftan se acercó a Rudis.

"¿Terminaste de mover todo el equipaje de la habitación?"

"Sí, son las treinta y dos cajas, Señor. ¿Quiere comprobar su contenido?" preguntó Rudis y cuando Riftan asintió, los sirvientes comenzaron a abrir las cajas una por una con el atizador de madera.

Max se mantuvo al margen y miró sin comprender el interminable vertido de regalos que se producía frente a ella.

Desde el Continente del Sur, Riftan le compro telas de seda de alta calidad y de patrones glamurosos. También había pieles de zorro brillantes, un cinturón de piel de serpiente, un chal de hilo de oro, un espejo de mano de plata y una horquilla decorada con perlas.

Los montones de regalos le recordaron a Max los que había recibido Rosetta.

Recordaba haber visto a Rosetta enterrada en lujosos regalos en innumerables ocasiones, pero era la primera vez que se encontraba experimentándolo. Max se recordó a sí misma que debía mantener la calma.

"¿Esto es todo lo que me r-regalarás?" preguntó Max a Riftan, su boca tembló ligeramente al hacerlo. "¿Por qué? ¿No te gusta?" le preguntó Riftan en tono preocupado.