Reciente

martes, 2 de febrero de 2021

Bajo El Roble - Capítulo 74

Capítulo 74. Miedos familiares (2)


Ruth entonces aclaró "Su trabajo, señor, no es ir a la batalla, sino proteger a la dama".

"¿Qué?" dijo el viejo caballero y giró la cabeza para ver a Max. Enderezó el lomo y espoleó el caballo hacia él.

"E-encantada de c-conocerte".

El anciano se rascó la mejilla con los dedos ante su cuidadoso saludo y respondió.

"No hay nada de qué preocuparse, Señora, mientras yo, Ovaron, le cubra la espalda".

A continuación, condujo al ejército de hombres a través de la puerta con confianza. Ruth los acompañó y envió una señal a Max. Ella también los acompañó y cruzó el puente levadizo, con los latidos de su corazón acelerados por el golpeteo de los cascos contra el suelo de piedra.

Mientras seguía caminando por el sendero que una vez recorrió con Riftan en otra ocasión, se sentía cada vez más inquieta. Apretó los labios, ansiosa por no morderse la lengua, y bajó una empinada colina y atravesó el ajetreado pueblo.

Estaba muerta de miedo, ya que nunca había montado a caballo a una velocidad tan rápida. Hacía tiempo que Max mantenía la rienda con fuerza y perseguía a los soldados que iban delante de ella cuando por fin vio la muralla. Un joven guardia de la entrada apresuró sus pasos hacia los hombres a caballo en cuanto los vio.

"¡Ya están aquí!"

Al llegar a la puerta, Ruth y el viejo caballero saltaron de sus caballos, y minutos después, cuando por fin alcanzó a la multitud, Max se bajó también con algo de ayuda.

"¿Dónde está ese supuesto señor de Libadon?"

"Está justo fuera de la puerta. Si me siguen los llevare ahí".

"Señora, por aquí".

Max movió sus rígidas piernas y los siguió por las escaleras hasta la cima de la muralla. Allí, vio a treinta y un hombres a caballo al otro lado de la muralla. Todos tenían rostros temibles y bronceados y una larga espada en cada una de sus cinturas. Ruth se inclinó hacia ellos y les habló, con una voz fuerte y clamorosa.

"¿Quién es el Señor de Libadon?"

"Soy yo, Rob Midahas" dijo un hombre montado en un caballo pelirrojo. Max lo examinó cuidadosamente. Era un hombre de unos treinta años, robusto y fuerte, con pelo claro. El hombre miró a su vez hacia lo alto de la pared, entrecerrando los ojos para ver mejor al joven que preguntaba por él.

"¿Es usted el Señor de Anatol?"

"Solo soy un empleado de Anatol. La Señora que está aquí es la representante de mi Señor" dijo Ruth mientras señalaba a Max que estaba a su lado. Al sentir que la mirada del hombre se posaba en ella, Max retrocedió inconscientemente. Al verlo, el hombre sonrió con sorna.

"Encantado de conocerte. Como has oído, mi nombre es Midahas, el gobernante de Kaisa, situada al oeste de Libadon. He oído palabras impresionantes sobre el cazador de dragones de mi ciudad y he hecho un largo viaje para conocerlo, así que les pido que abran sus puertas y me permitan entrar".

Max echó un vistazo a Ruth. Tenía los brazos cruzados, observando la situación. No parecía que fuera a ayudarla. Entonces se aclaró la garganta, abrió sus labios y alzó la voz.

"He o-oído que no p-posees ningún tipo de i-identificación. E-es nuestra r-regla n-no p-permitir la entrada a nadie sin i-identificar".

"He perdido mi placa de identificación durante mi viaje. Si me permiten entrar, me presentaré inmediatamente en la congregación de Anatol y demostraré mi identidad".

"A-Anatol no permite el paso de i-individuos no identificados por s-sus puertas. Esta es una orden del Señor, por lo que no puede ser desobedecida. P-por favor, vaya a una c-congregación en un d-diferente t-territorio para obtener s-su placa de i-identificación y v-visítenos de nuevo".

Ante su discurso entrecortado, pero decidido, el hombre hizo una mueca y respondió en tono irritado.

"No entiendo nada de lo que dices. ¿Hay alguien más con quien pueda hablar que sepa hablar?"

Con el insulto lanzado a la cara, Max se puso pálido como un fantasma.

"Ella es la Señora del Anatol. Te aconsejo que la trates con respeto" interrumpió Ruth para defenderla.

"¡Solo digo que no la entiendo!"

Max disimuló su vergüenza y replicó a gritos.

"He d-dejado c-claro que no puedo a-abrir las puertas. ¡V-vuelve con una p-placa de i-identificación!"

"Hemos viajado por arriba y a través de la guarida de los demonios. ¿Insistes en que mis agotados hombres vuelvan al peligroso camino?"

El hombre hablaba ahora en un tono amenazante. Max se encogió ante su actitud coercitiva y solo pudo decir nada a través de sus labios temblorosos. Sintiendo su victoria, el hombre gritó más fuerte hacia lo alto del muro.

"¡La Señora de Anatol no tiene piedad!"

"Yo..."

"¡La próxima vez que vuelva te enfrentarás a cientos de caballeros de Libadon! ¡No puedo aceptar esta clase de grosería!"

"No t-tienes ninguna i-identificación. No t-tengo ninguna o-opción".

"¡Te he dicho que puedo dártela cuando llegue a tu congregación!" Su voz se hacía más fuerte e intimidante con cada palabra. Ante su comportamiento triunfante que ella era incapaz de refutar, Max se sintió completamente derrotada. La envolvió un miedo que le resultaba muy familiar y que le recordaba sus pasados miedos, mientras el sudor empezaba a resbalar por su frente.