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lunes, 21 de diciembre de 2020

La Emperatriz Se Volvió A Casar - Capítulo 242

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Francisca Carmona
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Carol Andrea González
Ruth Nohemi Solís Montaño
Daniela Jaime García
Javiera Encina
Anónimo
Blanca Lilia Fragoso Delgadillo
María Noemi Ricalde Casto
Magui
Silvia Martinez De La Fuente
Aurora Guadalupe Gonzalez Soto
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Yadira Añorve Balbuena
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Ernesto Angel García Medina
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Sandra Jessenia Carranza Zambrano
Karla Fernanda García Segura
Mayra Alejandra Sánchez Claudio
Nicole Araneda Muñoz
Paula Navarro Rodríguez
Leonardo Rodriguez Villavicencio
Ana Garcia Gonzalez
Susy Aracely Paredes Troyes
Monserrat Jimenez

¡Ovación de pie de toda la comunidad!

***

Capítulo 242.


En el viaje de regreso, el interior del carruaje estaba en silencio.

Rashta no gritaba emocionada como antes, y Sovieshu no decía nada mientras miraba fijamente por la ventana.

Rashta puso su mano en su vientre abultado y miró a Sovieshu varias veces. 

Sin embargo, como Sovieshu no decía nada, como si su alma hubiera sido drenada, no pudo evitar hablar primero,

"Su Majestad. ¿Hay algo que quiera decirle a Rashta?"

Sólo entonces, Sovieshu miró a Rashta. Luego, ella levantó la mano de su vientre.

Después de un extraño silencio de tres segundos. Sovieshu sonrió afectuosamente y bajó su brazo, que estaba apoyado en la ventana.

"¿Qué pasa? ¿Estás aburrida?"

"Sobre ese documento. No le dijiste nada a Rashta."

"¿?"

"No lamentas no habérselo dicho a Rashta..."

"Cuando estás un poco estresada, ¿no lloras porque te duele el vientre? Si te lo hubiera contado, podrías haber colapsado ante la fuerte impresión. "

Cuando Rashta hizo un mohín con sus labios, Sovieshu suspiró, sonrió y habló con un tono de voz suave.

"Vamos, no te enfades. ¿Hay algo que quieras?"

"¿Crees que el estado de ánimo de Rashta mejorará si tan sólo le das un regalo? ¿Crees que Rashta es un cachorro que se calma con sólo un trozo de carne en su boca?"

"Eres más adorable que un cachorro."

"Eso es... cierto."

"En cualquier caso, ¿estás tratando de decir que hoy en día no necesitas nada? Qué considerada. Entiendo tus intenciones." 

Cuando Sovieshu volvió a desviar su mirada, apoyando su barbilla en el alféizar de la ventana, los ojos de Rashta se abrieron completamente.

'¿En serio? ¿De verdad no me dará nada sólo porque no lo necesito?'

Era en serio. Cuando Sovieshu parecía estar sumido en sus pensamientos otra vez, Rashta finalmente estalló en un pequeño llanto.

"¿Rashta? ¿Por qué estás llorando de nuevo?"

"Lo odio, Su Majestad. Usted se burla de Rashta."

"¿Cuándo me he burlado de ti?"

"Lo hiciste justo ahora. Dijiste que no le darías nada a Rashta."

"¿Creí haber entendido que no lo necesitabas?"

"¡Nunca quise decir eso!" 

Mientras Rashta hablaba con severidad, la expresión de Sovieshu era medio sonriente y medio retorcida.


Cuando Rashta lo miró a los ojos y le preguntó, "Qué ocurre?" Sovieshu sacudió la cabeza con una ligera sonrisa. 

"Bueno, está bien. ¿Qué regalo quieres?"

"Su Majestad debe hacer algo por mí."

"¿Qué puedo hacer para mejorar tu estado de ánimo?"

"..."

"Está bien. Dime."

"La Emperatriz Navier."

"¿Por qué nombras a Navier?"

"No puedes comparar a Rashta con la Emperatriz Navier."

"¿Cuándo las he comparado?"

"Le dijiste duramente a Rashta que no esperabas que estuviera a la altura de la Emperatriz Navier."

"Ya veo. No lo haré más. ¿Está bien así?"

Rashta sólo asintió ante la nueva promesa de Sovieshu.

***

En el momento que Sovieshu y Rashta se fueron en su carruaje.

Heinley llamó a varios de sus ayudantes cercanos a su oficina, incluido a McKenna para discutir todo lo que había sucedido después de que se autoproclamó Emperador. 

Incluso antes de autoproclamarse emperador, el Reino Occidental ya estaba mostrando el estatus de un imperio, pero al pasar formalmente de reino a imperio, era necesario reemplazar todos los documentos oficiales...

Lo mismo aplicaba para los procedimientos diplomáticos. 

Heinley hojeó rápidamente los papeles, y chequeó los detalles de las reuniones con las delegaciones diplomáticas durante las celebraciones de la boda.

La mayoría de los países honraron al Imperio Occidental y a su Emperador, pero algunos se mostraron insatisfechos.

Separando a todos los países en dos grupos, Heinley ordenó a McKenna.

"Haz que se prepare una delegación que visite a este grupo de países y a este otro grupo, alternadamente."

"¿No sería mejor tratar a ambos grupos de países de forma diferente? Aquellos que nos honraron y aquellos que no."

"Debemos averiguar si se trató de algo personal de los enviados o del propio país no honrarnos como imperio." 

"Entiendo."

"Además, también debemos averiguar si aquellos que si nos honraron como imperio, no fue sólo debido al momento."

"Sí, Su Majestad."

"Considere esto y haz que se elabore un informe."

McKenna estaba moviendo sus manos afanosamente, marcando de diferente colores los papeles clasificados por Heinley, y guardándolos en sobres separados.

Mientras hacía esto, de repente se rió.

"Será un mes infernal para el Ministerio de Asuntos Exteriores con todo el trabajo que tienen que hacer."

"¿Sólo el Ministerio de Asuntos Exteriores?"

"¿No es la razón por la que puedes terminar todo de una vez? El Marqués Ketron."

Heinley se rió en silencio, mostrándose de acuerdo con McKenna.

Después de ascender al trono, Heinley reemplazó rápidamente a quienes no consideraba necesarios, y dejó en sus puestos originales a quienes creía esenciales, uno de los cuales era el Marqués Ketron.

El Marqués Ketron había sido el Ministro de Asuntos Exteriores desde la época del anterior rey, Wharton III, y también uno de los ayudante más cercanos de Christa.

Aunque era una espina en el costado para Heinley, hasta ahora no había ninguna persona adecuada para reemplazarlo.

Así que no tenía otra opción que confiar este puesto a él. 

"Es una persona minuciosa, al menos en lo que se refiere a su trabajo."

Cuando pensó en el Marqués Ketron, naturalmente también pensó en el asunto de Christa. 

Heinley suspiró.

"Debo encargarme también del asunto de mi cuñada..."

"Su Alteza Wharton III, le pidió como última voluntad que cuidara de su cuñada."

"..."

"Si Christa fuera a la Mansión de Compshire por su cuenta, no creo que sucediera nada. Pero si la obligara, la gente hablaría de ello."

McKenna dijo preocupado.

Aunque no había sido elegido para el trono a través de una lucha política entre hermanos, la posición del hermano mayor enfermizo y del hermano menor más saludable e inteligente había sido objeto de rumores.

Su infertilidad, los ocasionales intentos de asesinato, los problemas con la nobleza... La personas daban por sentado que Heinley estaba detrás de todo esto.

Por mucho que Heinley se alejara de la escena política, las miradas suspicaces se filtraban en él como la sangre.

¿La enviará a Compshire, a pesar de la última voluntad de su hermano mayor, su predecesor? ¿Ignorando también el deseo de Christa?

A quienes les gustaba armar escándalos, también encontrarían fallos en esto.

"Lo sé, pero..."

Frunció el ceño al recordar a Christa, acercándose con un pañuelo cuando su cuerpo se volvió rígido debido a la poción.

Ella sabía que se encontraba en una condición extraña, pero le limpió el sudor sin llamar a nadie. Y su cara sonrojada junto a su mirada temblorosa...

Heinley suspiro profundamente, cerrando los ojos.

Cuando asistía a fiestas en diferentes países junto al Duque Elgy, no eran pocas las jóvenes damas que lo miraban así.

Heinley sabía perfectamente lo que significaba esa expresión y esa mirada.

No podía permitir que su cuñada se quedara aquí, después de eso. 

Sin embargo, la última voluntad de su hermano no suponía el único problema.

Navier. 

Navier ya le había dicho a Heinley que no interviniera en esto.

Entonces, ¿qué pensaría Navier si echara a Christa?

"Tendré que discutir este asunto con mi esposa primero."

McKenna refunfuñó, frunciendo el ceño ante la voz grave de Heinley. 

"La Mansión de Compshire es una gran mansión, de hecho es como un palacio. No, realmente es un palacio, excepto que no tiene instalaciones para acomodar tropas."

"Está en la Ciudad de las Artes."

"Así es. Es un lugar con un ambiente festivo durante todo el año, no sé por qué no quiere ir allí. En esa mansión su voz será escuchada como la dueña del lugar, evidentemente es mejor que estar restringida aquí."

McKenna, que no sabía que Christa gustaba de Heinley, parecía realmente incapaz de comprenderlo.

Heinley se rió en silencio, pero sentía un gran peso en su corazón.