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jueves, 12 de noviembre de 2020

Bajo El Roble - Capítulo 40

Capítulo 40. El Inexperto Caballero (2) 


Max recordaba historias de los caballeros que visitaban el castillo de Croix, todos ellos genios en materia de amor. No podía contar las veces que escuchó a doncellas siendo seducidas por caballeros para tener una noche de compañía, reírse mientras recordaban cómo algunos de los caballeros las guiaban hábilmente a la seducción. 

Era imposible. Ella creía firmemente que Riftan debía tener su justa cuota de relaciones con jóvenes doncellas o bellas damas. ¿No le dijo Riftan que en el norte era costumbre que los señores y las señoras se bañaran juntos? 

‘Como sabría esa información a menos que...’ 

Max se contuvo a tiempo y detuvo su inclinación hacia pensamientos negativos. No importaba lo que había hecho en el pasado, no importaba ahora. 

"¿Qué pasa? Estás frunciendo el ceño". 

"Oh, e-el v-viento está un poco frío..." 

Riftan se inclinó y la abrazó, calentando su cuerpo. Un aroma varonil invadió sus sentidos casi impidiendo que Max respirara, esa extraña sensación se asentó en ella una vez más. 

"Deberías haberte puesto ropa más gruesa" dijo en un tono apagado sobre su cabeza. 

"E-está bien. Si el v-viento no soplara tan fuerte, estaría bien... el s-sol está caliente". 

"¿Te gusta? Quiero decir, el vestido". 

Miró su ropa, demasiado hermosa para ser usada por ella. Sería extraño decirle que era la primera vez que se ponía ropa tan bonita. 

"M-me gusta" dijo en su lugar. 

"Haré que venga una costurera para que puedas tener tantos vestidos como quieras. Te compraré cientos de ellos". 

Riftan le agarró ligeramente la barbilla y la levantó, fastidiándola intensamente con la solemne promesa de extravagancia. Max sintió que se sonrojaba y se calentaba porque este no era el comportamiento de un hombre que desconocía como tratar con mujeres. 

Murmuró mientras miraba hacia abajo. "¿Debería acostumbrarme a esto?" 

"¿Qué?" 

"Que me consigas lo que sea que p-pida". 

Sus contundentes palabras hicieron que Riftan frunciera el ceño. 

"Hablo en serio. Te dije antes que haría todo lo posible para asegurarme de que vivas tan lujosamente como en el castillo de tu padre". 

Max se tragó la risa seca que casi borboteaba de su garganta. 

¿Cómo podría haber vivido una agradable vida de lujos? Nunca se le había dado lo que deseaba ni siquiera lo que una mujer de la nobleza necesitaba. Si supiera lo erróneos que eran sus prejuicios sobre su vida pasada, ¿se esforzaría tanto? 

Ella se sentía como si lo estuviera engañando, y eso la hacía sentir pesada, como si fuera una villana. 

Murmuró ligeramente, evitando sus ojos. "¿P-podemos tomarnos un descanso?" 

"¿Te sientes cansada?" 

Mientras ella asentía, él se adelantó para llevarla a casa. Un fuerte viento soplaba desde el norte y arrastraba los árboles que cubrían la azulada ladera de la colina lejana. Max se detuvo un momento, inhalando el aroma de los pinos, el moho de los hongos. 

¿Habría olido esto todos los días? 

Max pronto caminó detrás de Riftan. 

*** 

Riftan tuvo que dejarla de nuevo para supervisar el entrenamiento de los potenciales caballeros. Regresó a la habitación sola, sentada frente a la chimenea para relajarse mientras Rudis le traía té de jengibre y dulces con frutas secas como aperitivo para reabastecerla. 

"Ya que va a cenar con los caballeros esta noche, ¿le gustaría cambiarse de ropa, Señora?" Rudis dijo, llenando su taza vacía. 

Después de terminar un bocado de frutos secos, miró a la criada confundida. 

"¿C-cambiarme?" 

"Sí, ya que es la primera vez que los conoce como la esposa del Señor, sugiero que sería mejor vestirse más formalmente". 

Inclinó la cabeza con la cara tensa. "Pido disculpas si me he excedido". 

"No, no lo hiciste..." 

Max hizo una mueca mientras miraba su propio reflejo en el espejo que estaba apoyado en la pared. El pelo que Rudis había cepillado y torcido elegantemente esta mañana había sido arruinado por el viento. 

Asintió con la cabeza, sacando algunos broches y dejando caer su pelo ondulado como asentimiento para que la criada hiciera su magia en sus mechones por segunda vez. 

"B-bien... por favor ha-hazlo”. 

Rudis salió directamente de la habitación con la tetera y volvió con un pequeño joyero que contenía peines intrincados, aceites perfumados y finos adornos. 

Se sentó en una silla frente al espejo mientras Rudis usaba un peine para alisar los nudos de su cabello. Durante mucho tiempo, siguió cepillando, añadiendo ocasionalmente un poco de aceite y volviendo a cepillar. Muy pronto, todos sus esfuerzos por domar su cabello rizado dieron fruto convirtiéndolo en un cabello ceñido y brillante. 

"¿Ponemos una horquilla? ¿O prefiere usar una corona?" 

Rudis abrió la caja llena de joyas. Ante las costosas joyas que parecían cegar a una persona, los ojos de Max se abrieron de par en par como platos. 

Broches, collares de perlas, anillos de oro y horquillas de plata se colocaron ordenadamente en el satén rojo. Y en una caja separada había una impresionante diadema. Que ella sepa, la madre de Riftan había muerto cuando él era joven, y no tenía ninguna hermana, u otro pariente femenino. 

'Entonces, ¿de dónde vino todo esto?' 

Ella solo pudo deducir que estas joyas eran artículos de sus antiguos amantes... 

"Señora, ¿le gusta alguno de estos?" 

"M-me gusta". 

Se detuvo, sintiendo como si estuviera husmeando en el dominio de alguien más, uno en el que no debería meterse, y en cambio se concentró en escoger algo, cualquier cosa. 

"Este alfiler de pelo, por favor..." 

"Sí, señora". 

Rudis trenzó su cabello con fuerza, enrollándolo de un lado, y lo fijó con las horquillas plateadas decoradas con flores de colores. Luego, le puso un collar de perlas y un anillo de cristal. 

Max miró el extraño reflejo de la mujer con su pelo peinado y las joyas que iluminaban su rostro. No se veía a sí misma... se atreve a decir que se veía hermosa. La simplicidad de su mirada resaltaba más sus rasgos. 

"Si no le gusta el estilo, puedo traerle otras joyas”. 

Rudis, que había estado mirando las muchas imperfecciones de su falda, se ofreció educadamente. 

Max sacudió la cabeza. "Es encantador. Me quedo con esto". 

Rudis parecía aliviada. Cuando estaban listas para salir de la habitación, le colocó un fino chal casi translúcido sobre sus hombros. En un instante el crepúsculo del atardecer comenzó a entrar por la ventana.