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sábado, 19 de septiembre de 2020

Bajo El Roble - Capítulo 1

Capítulo 1. Su Regreso


Maximilian Calypse caminaba nerviosa por el salón.

Estaba tan tensa que ni siquiera se dio cuenta de que se estaba mordiendo las uñas hasta que el Duque de Croix entró. Cuando escuchó su bastón golpeando el suelo, Max rápidamente escondió las manos detrás de su espalda.

"¿No te he hablado mil veces sobre ese hábito desagradable?"

"Lo siento, lo siento..."

Max inclinó la cabeza ante la voz fría de su padre. El duque chasqueaba su lengua mientras miraba la escena.

"No me avergüences. Tienes más suerte de la que mereces. No te perdonaré si causas problemas a nuestra familia con tu sucio comportamiento."

El sudor frío goteaba en su espalda. Presa del miedo abrió la boca con dificultad.

"Haré todo lo que digas, padre. Lo haré... tan pronto como venga él.."

Podía saber cuál era la cara de su padre sin tener que mirarlo. Cuando hablaba, siempre la miraba asqueado. Max trató de seguir con sus palabras tan calmadamente como pudo.

"Padre, lo intentaré, lo intentaré. Este, este matrimonio, este..."

"¡Basta ya!"

El Duque de Croix golpeó el suelo fuertemente con su bastón.

"Incluso hoy... pero no. ¿No puedes estar tranquila por unas horas? ¡Quién diablos querría una esposa como tú que incluso tartamudea como un caballo!"

"Yo, yo..."

"¡Riftan Calypse ya no es un caballero de bajo rango! Se ha convertido en uno de los maestros de la espada en el continente, ¡y en el guerrero audaz que ha derrotado al Dragón Rojo! Si quiere, el templo concederá un permiso de divorcio."

Sólo imaginarlo fue horrible, respiró fuerte, con la frente arrugada.

"¡Por el espíritu de la Familia Croix, tú no deberías divorciarte por un caballero de los cielos! No puedes dejar que la familia se convierta en un hazmerreír por culpa de su estúpida hija."

Se mordió los labios. La molestia al sentir que no era su culpa le subió a la garganta. Nunca había querido casarse con Riftan Calypse y sabía que él pensaba lo mismo. ¿No fue el propio Duque quien impulsó el matrimonio que nadie pidió?

Tanto si había leído sus pensamientos rebeldes como si no, su padre permanecía helado.

"¡Si fueras la mitad de hermosa que Rosetta... O como mínimo tan normal como ella. No habría tomado este camino para complacerlo!"

Cuando recordó a su media hermana, cuya belleza era comparable a la de una rosa, sus argumentos se desvanecieron como la arena. Mirando su pálido y cansado rostro, el Duque de Croix añadió sin piedad.

"¡Incluso aunque el Rey Rubén quiera darle la bienvenida como yerno, aunque la otra parte se niegue, estará bien! ¡Y todo es porque no pudiste ganarte su corazón!"

"P-pero... él-él, en la boda, al día siguiente se había ido..."

Estaba a punto de argumentar que no se trataba de capturar su corazón, sino que nunca tuvo la oportunidad de tener una conversación apropiada con él. Pero antes de que esas palabras pudieran ser pronunciadas, su padre la golpeó fuertemente, en el costado, con el bastón, por lo que se agachó con un jadeo. E incapaz de gritar, se tambaleaba de dolor.

"Ni siquiera pienses en contestarme. ¡Sólo pensar en tu horrible hábito me enfurece!"

Ella asintió rápidamente por miedo a que la madera la golpease por segunda vez. El duque, que tenía los labios apretados como si fuera verter más veneno, se retiró al oír que llamaban a la puerta. Detrás de ésta podía oírse la voz tranquila de la doncella.

"Señor, los caballeros de Remdragón han llegado."

"¡Guíalos hacia el salón!"

Max miró a su padre aterrorizada. Él la amenazó furiosamente con sus gestos entre dientes.

"¡Aclárale a Calypse que no puedes anular tu matrimonio! Una vez más, si insultas a la familia, ¡pagarás caro!"

Luego salió del salón dejando atrás a Max. Se levantó con dificultad y se apoyó contra la ventana, esperando que el dolor pasara para poder respirar con tranquilidad.

La luz del sol de otoño penetró en sus ojos en su mientras seguía dolorida. Aun así, consiguió tragarse las lágrimas. Su situación nunca cambiara aunque llorara. En cambio, sólo la hará parecer más miserable de lo que ya es.

Max agarró su temblorosa mano con fuerza. Tenía que mantener la cabeza erguida. Para una mujer en esta sociedad, el divorcio era equivalente a una sentencia de muerte. No era sólo una cuestión de ser ridiculizada, sino que era una desgracia irrevocable para la familia.