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martes, 25 de agosto de 2020

Dama A Reina - Capítulo 110

Capítulo 110. [Historia Alternativa] Capítulo 2. ¿No Amas A Su Majestad?




"Por fin soy la reina," -murmuró Rosemond en su habitación-, su cuerpo se sentía tan ligero como si estuviera caminando por las nubes. "¡Finalmente, finalmente!"


"Su Majestad, cálmese, por favor. Su Majestad el Emperador estará aquí pronto," -le advirtió Glara en un tono más burlón de lo normal-. Rosemond asintió con una expresión de felicidad.


"Cierto. Cierto."


Las visitas de Lucio se habían vuelto algo extremadamente raro, pero ya que esta era la primera noche que tendría Rosemond cómo reina, era obvio que él vendría a visitarla. Rosemond movía los dedos con ansiedad. Era como una chica que había experimentado el primer amor y todavía era demasiado pura para saber algo.


"Ahora solo necesito dar a luz a un príncipe."


"Sí, Su Majestad," -dijo Glara-. "Puedes tomarte tu tiempo. No hay nadie en todo el Imperio Mavinous que pueda detenerte. Eres la reina de este país y tu hijo será el nuevo Sol de Mavinous. ¿Qué te preocupa tanto?"


"No estoy preocupada, Glara. Es que no confío en Su Majestad," -dijo Rosemond con una sonrisa fría-. "No confío en él. Es tonto confiar en un hombre." La expresión de Rosemond se volvió incluso más gélida. "Y mucho menos si es un monarca."




"Pero... ¿no amas a Su Majestad?" -preguntó Glara-.


"¿Amar?" -dijo Rosemond entre risas-. "Sí, Glara. Lo amo. A Su Majestad, el hombre que ahora es mi esposo y que en un futuro será el padre de mi hijo."


"..."


"Pero, Glara, amo mucho más lo que él me ofrece. ¡Estatus, riqueza, poder! Cosas como esas."


"Sí..." Glara no sabía cómo reaccionar, así que, simplemente se quedó mirando a Rosemond. La dama de compañía de repente sintió lástima por el Emperador. Parecía que realmente le gustaba la reina...


Glara salió de sus pensamientos cuando escuchó la voz de una criada desde afuera de la habitación.


"Su Majestad la Reina, Su Majestad el Emperador ha llegado."


"¡Oh, Dios!" -chilló Rosemond de forma tierna-. "Déjalo entrar. No puedes dejar a una persona importante esperando afuera."


"Sí, Su Majestad."


La puerta se abrió y Lucio entró al mismo tiempo que Glara salía discretamente. Rosemond estaba tan feliz de ver a Lucio en la habitación que abrió mucho sus brazos y lo abrazó.




"Su Majestad," -dijo Rosemond mientras le tocaba el pecho con los dedos-. "Te extrañe, Su Majestad."


"Yo también a ti, Rose."


"Todo fue tan increíble en la catedral," -dijo Rosemond extasiada-. "Quise besarte en el mismo momento que te tuve entre mis brazos."


"Me alegra que no lo hiciera."


"Por supuesto."


Era normal que Lucio la abrazara primero, pero parecía qué hoy se sentía algo tímido. Bueno, eso no era importante. No importaba quién iniciaba el abrazo, si el resultado era el mismo.


Rosemond acarició la nuca de Lucio con sus labios, entonces lo comenzó a besar apasionadamente.


"Haaa..."


Rosemond dejo salir un gemido más obsceno de lo normal. Ella había jurado que tendría la semilla de Lucio dentro de ella esta noche. Rosemond ya era la mujer con la posición más alta en todo el Imperio, pero eso no era suficiente. Tenía que asegurar su posición y para lograr eso, necesitaba tener un príncipe. Para ser exactos, un príncipe que se convierta en el heredero del Imperio.


"Su Majestad... la cama..."


Rosemond tenía que ser la que tomara la iniciativa. Tanto el trabajo como el amor eran siempre hechos por sus manos, así que, ella sería la que tomara la delantera en el evento de esta noche. Rosemond desabrochó con gracia los botones de la camisa de Lucio.


"Estoy tan desesperada hoy..." -dijo Rosemond apasionadamente-. "He estado muy caliente pensando en ti todo el día."


Esa era una mentira. Rosemond no se había perdido en la lujuria desde que supo, a temprana edad, que su cuerpo podía ser usado como un arma. Bueno, eso no era importante de todas formas.


Rosemond le susurró a Lucio con la voz más seductora que pudo conseguir. "Por favor, Su Majestad, lo espero con ansias. No te dejaré dormir ni un solo segundo esta noche."


*


"Mmmm..."


Rosemond se estiró y abrió los ojos. ¿En qué momento se había quedado dormida? Rosemond buscó en sus memorias por un momento, pero rápidamente se rindió. Tuvo que haber sido casi al amanecer, pero pensar en ello no serviría de nada.


Su mano se deslizó hasta su vientre. Puede que aún no haya quedado embarazada, pero lo estará algún día. ¡Su delgado estomago pronto crecería grande con un niño en su interior, el cual gobernaría este gran imperio en el futuro!


Rosemond se sentía tan extasiada como si ya fuera madre. Dado que lo había intentado tan duro anoche, habría buenas noticias pronto. Rosemond lo creía firmemente.


"¿Rose...?"


Una voz habló, una que ella había escuchado incontables veces anoche. Quizás era porque estaba pensando en un niño, pero Rosemond se sintió más orgullosa mientras escuchaba esa voz. ¡El hombre que sería el padre de su hijo!


"¿Está despierto, Su Majestad?" -respondió Rosemond-.


"Despertaste temprano," -notó Lucio-.


"Lo hice justo ahora," -dijo Rosemond mientras besaba suavemente a Lucio su delgado párpado-. A Lucio nunca le disgustaban ninguno de los besos que ella le daba por las mañanas.


"Luces feliz," -dijo Lucio con voz ronca-.


"¿Qué mujer podría sentirse mal después de una noche cómo esa?" Rosemond presionó sus labios sobre el pecho desnudo de Lucio-. "Y me siento muchísimo mejor debido al coronamiento."


"¿Cómo te sientes siendo la reina ahora?"


"¿Cómo me siento?" Rosemond reflexionó por un momento antes de contestar. "Me siento bien."


"¿En serio?"


"Es genial."


"¿Solo llega a ser genial?"


"Ah. No, Su Majestad, me siento muy emocionada ahora mismo."


Por supuesto que lo estaba. ¿Cuánto se había esforzado para conseguir esta posición? Para Rosemond, era emocionante e, incluso, impactante. Exagerando un poquito.


Rosemond habló con una sonrisa. "Al fin soy capaz de pararme a tu lado al mismo nivel." No cómo su concubina secreta, sino como su reina. Esta no era una felicidad que ella pudiera haber experimentado si hubiera tenido una posición elevada toda su vida. Este momento había sido decidido en el instante en el que la Reina Alisa comenzó a abusar del príncipe heredero.


"Ahora nadie puede interferir con nuestro amor," -dijo Rosemond-.


"Sí."


"Y yo soy la única para ti, ¿verdad?"


"Claro," -susurró Lucio con voz afectuosa-. "Ahora de verdad solo te tengo a ti."


Solo a ella de entre todo el mundo. Rosemond estaba confiada en que no existía ninguna mujer más hermosa que ella. Ella era la única que él tenía. Eso significaba que, si ella desaparecía, él colapsaría.


"Te amo, Su Majestad," -susurró Rosemond felizmente-. Verdaderamente.


*


Rosemond no era una mujer tonta. Nunca había estado a cargo de los asuntos del palacio, pero con la ayuda de la duquesa Ephreney, todo el asunto se resolvió sin dificultades. En la mayoría de los casos, Rosemond era bastante sabia e inteligente.


El problema era personal. Rosemond tuvo una infancia llena de depravación y, por ende, desarrollo un deseo por poder. Sin embargo, la codicia por objetos materiales venía normalmente acompañada de poder.


"Glara, mira esto," -dijo Rosemond suavemente-. "Es un diamante con forma de gota de agua. ¿No es hermoso?"


"Sí, lo es," -dijo Glara-. "¿De dónde lo sacaste?"


"Es una gema del otro lado del mar. "Es muy valiosa." -tarareó Rosemond-, luego colocó el collar de diamante en su mano y se volteó hacía Glara. "Ven, tengo que cambiarme el vestido ahora."


"¿Qué?" -dijo Glara perpleja-. Habían pasado menos de cinco horas desde que Rosemond había cambiado de vestido. "Pero, Su Majestad, ¿no cambiaste de vestido hace menos de cinco horas?"


"Lo hice," -dijo Rosemond-. "Pero salí antes."


"Es un desperdicio cambiarse de nuevo."


"¿Me estás llevando la contraria ahora?" -dijo Rosemond irritada-, y Glara retrocedió reflexivamente. No hace mucho tiempo, hubo otra dama de compañía que desafió las palabras de Rosemond y murió por ello. Para ser exactos, la doceava dama de compañía este mes.  Rosemond se justificó diciendo que tenía que disciplinar a su corte, pero lo qué nadie sabía era que ella solo lo hacía para ventilar su ira. No importa que tan cercanas eran Glara y Rosemond, Glara no estaba fuera de peligro de su carácter malvado. Glara inmediatamente retiró lo que había dicho.


"Para nada, Su Majestad. Siempre estás en lo correcto. Por cierto, ¿acaso tiene sentido para las nobles del Imperio el vestir un mismo vestido por cinco horas seguidas?"


"Ahora estás comenzando a entrar en razón." Rosemond sonrió y llamó a las otras damas de compañía. "Vengan, todas ustedes me ayudarán a escoger un vestido."


"Sí, Su Majestad."


Un momento después, pareció que Rosemond había recordado algo y entonces llamó a una criada. "Lauren."


La criada llamada Lauren se acercó rápidamente. "Sí, Su Majestad."


"Los documentos de los que la duquesa Ephreney habló antes. ¿Cómo está yendo todo?"


"¿Se refiere a la fiesta de cumpleaños de Su Majestad el Emperador?"


"Sí."


"No se preocupe, Su Majestad," -dijo Lauren con una sonrisa-. "Todo está yendo bien."


"Perfecto." Solo después de que Rosemond recibió la respuesta de la criada pudo relajarse. Sin embargo, la inquietud se apoderó de ella y le dio otra orden. "Tráeme el papeleo. Quizás debería leerlo yo misma."


Por supuesto, Su Majestad. Deme un momento, por favor."


Lauren se inclinó con una sonrisa en la cara. Se volteó y tan pronto como estuvo de espaldas a la reina, su sonrisa desapareció.