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sábado, 13 de junio de 2020

Dama A Reina - Capítulo 30

Capítulo 30. No Te Dejaré Morir


'¿Por qué diablos este hombre había recibido la flecha por ella?' A medida que pasaba la urgencia de la situación, surgieron nuevas preguntas. ¿Por qué Lucio había permitido que le hirieran en su nombre?

Patrizia sintió tanto lástima como curiosidad hacia él. Él no la amaba. Ella no lo amaba a él. Era un arreglo del que ambos eran muy conscientes, pero eso hizo que se preguntara: '¿cuál había sido la razón de ese autosacrificio? ¿Sentía él lástima por ella? ¿Sentía lástima por no amarla? ¿O sentía culpa por las acciones de Rosemond hacia las esposas de los representantes?' Patrizia tenía muchas hipótesis, pero ninguna respuesta segura. Decidió dejar de pensar en esas preguntas inútiles. Si hubieran estado en el cómodo y seguro palacio, una situación tan inesperada y peligrosa para la vida no habría surgido en absoluto.

Patrizia se puso de pie para hacer algo más significativo con su tiempo. Ella había tragado un poco de jugo de la flor de Scula antes, por lo que sus síntomas mejoraron un poco. Ya no se sentía mareada y las náuseas se habían desvanecido en gran medida.

Sintiéndose energizada, Patrizia salió lentamente de la cueva para conseguir algo de comer. Para poder transportar al Emperador al palacio, tendría que aumentar su propia fuerza física como su guardián. Llevó consigo su carcaj vacío, con la esperanza de encontrar algo de comida.


*


Mientras tanto, Rosemond estaba tomando té dentro del palacio de Bain. El aroma de su té de romero favorito llegó a su nariz, y pronto dejó de beber y giró la cabeza hacia la ventana. El cielo estaba gris y lleno de nubes. Parecía que pronto llovería. Una vez que lo hiciera, lavaría cualquier evidencia.

Pareciendo satisfecha, Rosemond le pidió a Glara otra taza de té. A pedido de la concubina, Glara tomó la tetera y se acercó a Rosemond con una sonrisa.

"Se ve bien, mi señora", -dijo Glara-.

"Tengo que verme bien, Glara. No lo entenderías."

"No, mi señora, pero soy feliz cuando tú eres feliz".
 
Su maestra estaba increíblemente llena de alegría. En otras palabras, estaba de buen humor. No hace mucho, Rosemond había contratado en secreto a uno de los grupos de asesinos más notorios del reino. Les pagó una generosa suma para deshacerse de la Reina durante la competencia de caza. Eran asesinos muy hábiles, así que el plan probablemente había funcionado. Si uno gastaba dinero, obtenía resultados, y Rosemond estaba llena de dinero. Incluso si Raphaella, el caballero de la reina, estaba al lado de Patrizia, no sería capaz de derrotar a los treinta o quizás más asesinos, no a menos que tuviera una habilidad extraordinaria que nunca hubiera demostrado hasta ahora.

Glara habló con Rosemond. "Ahora el palacio se pondrá patas arriba. Serás la nueva reina."

"Absolutamente, Glara. Si me convierto en la reina, tú también serás la dama de compañía de la reina. Bueno, ¿No estás feliz?"

"Soy muy feliz, mi señora. Como dije, su felicidad es mi felicidad".

"Oh, me gustan tus palabras". Rosemond estaba de buen humor, y su tono no tenía la mala vibra habitual.

Glara se preguntaba cómo sería si todos los días fueran así. Luego habló en un tono un poco más serio que antes. "A menos que algo inusual suceda, la reina morirá, y el clima borrará fácilmente la evidencia."

"Estoy de acuerdo. De hecho, aunque no lloviera, sería difícil encontrar pruebas en absoluto. Como siempre digo, el dinero puede pagar cualquier cosa." Rosemond se rio y comenzó a oler su taza de té. Todo estaba yendo como había planeado. De ahora en adelante, su camino ya no sería un camino espinoso, sino un suave y hermoso camino de flores. Aunque todas las flores estuvieran manchadas de sangre y fueran de un color horrible. Aunque el olor del viento no fuera de flores fragantes, sino de sangre.


*


Contrariamente a las expectativas de Patrizia, la recuperación de Lucio no fue rápida. Había encontrado algo de fruta para comer en los alrededores, y desde entonces había estado vigilando en silencio el estado de Lucio. Pareció mejorar un poco al principio, pero luego la fiebre empezó a subir y el aumento de su temperatura corporal fue demasiado brusco para considerarlo una mejora. Los libros que Patrizia había leído no decían qué hacer después. Sabía que tenía que darle la flor de Scula, y que luego de eso, su condición había mejorado un poco... pero entonces, ¿qué? Si no se despertaba, ¿significaba que era demasiado tarde?
 
Patrizia sacudió esos pensamientos de su cabeza. Era demasiado pronto para sacar conclusiones sombrías. Lucio aún no estaba muerto, y aún había otras cosas que podía hacer. Patrizia comenzó a pensar en cómo podría enfriarlo, mientras le quitaba la paja que lo cubría. Aislar su cuerpo cuando tenía fiebre no era probablemente la mejor idea.

*Estruendo* *Estruendo* *Explosión*

Una tormenta eléctrica anunció su presencia, seguida por el sonido de la lluvia torrencial. Patrizia saltó asustada, y luego se recompuso lo suficiente como para traer a Sally adentro de la cueva. Sally sacudió la cabeza, rociando gotas de agua sobre Patrizia. Se quitó la humedad de su ropa, y luego ató a Sally a otro lugar dentro de la cueva.

Mientras tanto, la lluvia seguía cayendo, y Patrizia levantó la cabeza para mirar los numerosos chorros de agua que caían del cielo. Sería imposible para cualquiera encontrarlos ahora. Además, el río subiría por la lluvia, dificultando su cruce.

Inconscientemente, Patrizia levantó su mano para recibir las gotas de lluvia en su palma. El agua estaba fría y pensó que sería una buena manera de refrescar a Lucio, pero pronto cambió de opinión. Estaba segura de que había leído en algún libro que una caída repentina de la temperatura corporal podía tensar el cuerpo y llevar a peores consecuencias.

El libro tenía otros pasajes que decían que, para bajar la fiebre sin medicamentos, otra persona tendría que enfriar su propio cuerpo y luego abrazar al paciente con fiebre. Patrizia se sonrojó una vez más cuando se le ocurrió la idea, pero una vez más, no era momento para la vergüenza.

Salió a la fría lluvia. Escuchó a Sally relinchar, como si se preguntara qué estaba pasando, pero no importaba. Si Patrizia no tomaba una decisión ahora, el caballo, Lucio y ella misma morirían.
Respiró hondo mientras ríos de agua corrían por su pelo, cara, pechos y estómago. Su cuerpo tembló ante la fría sensación, pero apretó los dientes y aguantó. Había comido antes un poco de la flor de Scula, y no moriría fácilmente.

'Nunca te dejaré morir. Maldita sea. ¿Quién va a morir? Todos regresaremos al palacio sanos y salvos. Estaremos bien'.

Patrizia apretó la mandíbula para que sus dientes dejaran de castañear. Después de estar de pie bajo la lluvia durante unos veinte minutos, empezó delirar. Patrizia tropezó al entrar a la cueva, mientras se preguntaba si sería problema si lloviera más. Sally relinchó preocupada, y Patrizia le sonrió para tratar de calmarla, antes de tambalearse hacia la roca donde yacía Lucio. Sintió que su mente estaba a punto de volar al espacio.
 
"Haah..." -jadeó-, y luego sostuvo su cuerpo lo más cerca posible del de Lucio. Sintió como si hubiera un ardiente fuego sobre ella. Patrizia cerró los ojos y apretó sus brazos alrededor de él.

"Nunca te dejaré morir. Nunca", -murmuraba Patrizia constantemente-.

En este momento, su vida estaba en la misma situación que la de ella. Ella tenía que volver con él vivo si quería ser absuelta de cualquier maldad. Después de tres o cuatro rondas más de lluvia fría y abrazos, pronto, Patrizia se durmió.


*


Lo primero que Lucio notó cuando empezó a despertarse fue el sabor amargo tenía en la boca y una sensación fría que le recorría todo el cuerpo. Empezó a entrar en razón poco a poco, con una extraña sensación de frío y calor. Para alguien tan seriamente envenenado como Lucio, la flor Scula tardaba entre dos y tres horas en hacer efecto.

Sintió sudor frío pegado a su frente. '¿Estaba teniendo una pesadilla, o había sufrido algún dolor terrible?' Dado que su cuerpo tenía una temperatura normal, lo primero parecía más probable. Sus pesadillas siempre lo habían atormentado.

Podía soportar cualquier cosa con pura voluntad mental, pero sus sueños eran diferentes. No eran algo que los humanos pudieran soportar, aunque cultivaran su fuerza de voluntad hasta una edad avanzada.

Así que sus pesadillas eran siempre las mismas, y nunca podía estar libre de un sufrimiento constante. Era un castigo eterno impuesto a él, como el de Prometeo, que nunca terminó. Lucio siempre quiso escapar del castigo que le habían dado, y al mismo tiempo, pensó que lo merecía. Pensó que tenía que pagar el precio, pero la razón y la emoción estaban siempre en oposición. Su razón siempre justificaba sus malos sueños, pero sus sentimientos clamaban por el fin de su sufrimiento.

Sus pesadillas no tenían reglas. Lo encontraban cuando era feliz, lo encontraban cuando era infeliz. Lo encontraban cuando no era ni feliz ni infeliz. Las pesadillas eran su rutina diaria. Nunca se iban; nunca lo liberaban.